viernes, 2 de abril de 2010

Madurar.

Pablo abrió la puerta, tras ella se encontraba Juan. Cinco minutos mas tarde ambos compartían estancia, era un cuarto pequeño, desordenado y con olor a cerrado. Sentado en la cama, con la espalda apoyada en la pared se hallaba Pablo, con un papel arrugado entre sus dedos y la mirada perdida.
-Pablo, lo siento mucho. -decía monótonamente Juan- ¿Pablo? ¡PABLO!

-¿Emm?

Juan se levantó con el ceño fruncido y se dirigió rítmicamente hacia el otro extremo de la habitación.

-Sígueme.

El metro les llevó directamente hasta el hospital, un edificio antiguo pero que cumplía perfectamente con su misión. Sin pronunciar palabra se dirigieron a una habitación y tras aguardar unos segundos, el guia se atrevió a girar el pomo. La estancia estaba perfectamente iluminada, y en la cama, se encontraba una mujer que conocía perfectamente con un niño en su regazo.

-Hola.

-Juan, deja de venir aquí tan amenudo.

-Lo siento, no puede ser. Álvaro me pidió que lo hiciera antes de morir.

En la seria mirada de la mujer se dibujó una leve sonrisa. Una vez fuera del edificio, ambos caminaron en silencio por la calle.

-Juan -susurró inseguro Pablo-. ¿Qué te pidió Álvaro que hicieras?

-Ese niño será mi alumno. Álvaro me confió ese niño a mí. Me enteré sobre la muerte de tu padre, Pablo. Perdí a un gran amigo hace muy poco, no sé lo que está pasando, era joven, con toda la vida por delante, y es algo que no me gusta, al igual que lo de tu padre. Pero lloriqueando y quejándote no vas a arreglar las cosas, pues es algo que debemos pasar en nuestras vidas amigo.

-¿Que quieres decir?

-Álvaro me confió muchas cosas, algunas importantes, otras sin apenas importancia. Todo tipo de cosas -dijo Juan levantando lentamente la mirada-. A tí también te ha pasado ¿verdad? De hecho tú debes de tener un montón de cosas de ese tipo. ¿Así que no crees que ya es hora de seguir adelante?

-¿Hora para qué?

-Hora de que nos convirtamos en lo que nos confiaron. Es un horror, pero no podemos seguir quejándonos. Algún día tú serás el que ponga la comida en la mesa, y te llamarán papá, papi, o algo así. No seremos mocosos para siempre.

Pablo sonrió

-Tienes razón.

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